Una esperanza eclipsada
Esta noche del día de Pascua. Donde todos están felices y
alegres, preparándose para empezar las labores del día siguiente, yo muero de
tristeza. Me traspasa el alma un dolor enorme, no es una daga de traición, ni
un puñal de enfermedad. Es una lanzada de soledad directa al pecho.
Feliz estoy de tenerte a mi lado, de compartir tus alegrías
y tristezas. Nunca las lágrimas fueron tan felices como contigo. Pero un deseo
de superación nos aleja, las ganas de poder ser alguien en este mundo, de dejar
huella, de inmortalizarnos en la existencia del hombre son más fuertes que un
naciente amor.
Me da mucha alegría que desees ser tú mismo, que sigas el
camino para el cual naciste, que nada ni nadie te detenga ¿seré alguien? ¿Podre
ser algo? Mis sentimientos han muerto con Cristo el viernes santo y no hay
resurrección para ellas el día de hoy. Sigo a cuestas con mi cruz y tú estás
aligerando el peso, pero este es mi camino. Tendré que seguirlo solo.
Me ha sido muy grato
encontrarte en mi agonía, has iluminado la senda. Sigo tu luz y si la alcanzo,
moriré. Será la más dolorosa de las muertes y a la vez, la más dichosa de
todas, para ese entonces habré conocido el amor, abre visto infinidad de cosas
hermosas, y tú te vas junto con mis mariposas. Esa muerte del corazón será como
cualquier otra muerte, un consumado final, un eterno anochecer, un nuevo
comienzo.
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