Dejar que el fuego haga su trabajo
No se cuanto ha
pasado, días o quizás semanas desde que escribí por última vez. Siento que poco
a poco he desechado la idea de seguir desahogándome acá, sin embargo, le he agarrado
cariño a expresarme de esta forma y cada vez que un pensamiento bueno o demasiado
intenso viene a mí quisiera desenvolverlo escribiendo.
Aún no puedo oler
nada y ¿Sabes? Creo que ya me estoy acostumbrando. Después de que mi corazón
fuera partido en mil pedazos, estos síntomas remanentes del Covid no son nada.
Bring it on, asian bitch! No, no; está bien así jaja.
Por fin ya no me
siento culpable por la decisión tomada en marzo. Descubrí que Chris y yo sí o
sí teníamos que terminar. Al menos para bien mío y para no aplazar su calvario.
Siento que he salido cual mariposa de su pupa. Me he perdonado por todos mis
errores y aunque sigo en reconstrucción personal, me encantaría volverme a
enamorar. Quizás de Chris o de alguien más ahora que sé lo que quiero.
Es más, me da
miedo volver a estar con Chris porque siento que me estaría perdiendo gran
cantidad de aventuras al estar “amarrado” a esa persona que ya conozco y que
esperaría haya cambiado. Pero creo que yo he cambiado mucho para volver a estar
con el Chris que dejé en marzo. Ya no podría.
Ayer, momentos
antes de dormir, ya con la cabeza en la almohada, luz apagada y encomendándome a
mis Padres celestiales recordé una frase que me dijo una amiga hace como unos
12 años. Estábamos en su casa, ya que nos habían mandado a hacer algún plato
típico como proyecto y andábamos practicando juntos y con un par de amigos más.
Ya estábamos cocinando y yo, todo desesperadito, movía la olla con mi cuchara a
lo que ella me dijo: “No muevas tanto, deja que el fuego haga su trabajo”.
Bendita frase que
recién entendí ayer y que era la vida diciéndome algo que siempre me repitió.
NO DEBO DESESPERARME. Tantas veces, tantas ocasiones, tantos personajes en mi
vida me dijeron eso y yo, a mis 30s puedo entenderlo.
Todo este tiempo
he estado queriendo cocinarme en tantas realidades, conmigo mismo, con Dios,
con Chris, con mi pena y no dejé que el fuego actuara. Siempre decía “ya ¿ahora
qué?”. Perdía el rumbo por esa desesperación. No dejaba que el fuego haga su
trabajo.
Bendita memoria
mía que me hace recordar estos detalles de mi vida y que arman un gran
rompecabezas que aún está demasiado incompleto, quizás.
Ya no busco el
amor en Christian, si tiene q ser, será. Ya no persigo el éxito en títulos y
grados académicos. Se todo lo que tengo que saber ahora, Dios me mostrará el
camino si tengo que seguir por algún lado. A Él le agradezco todo y sigue guiándome
a pesar que soy un pésimo siervo. Mi fe en Él me ha guiado hasta este punto y
lo más importante de todo es que he aprendido a esperar dentro de esta
pandemia.
Aprendí a esperar
esperando ¿y que esperaba? La llamada de Christian, su mensaje; aún creo que me
despierto pensando en que me ha escrito y son esas ganas las que me ayudan a
avanzar pero ya no espero. Ahora solo sigo porque me encontré en esa espera y entendí
cuan amado soy. No estoy solo en ningún momento y esa compañía siempre me
invitó a esperar, o mejor dicho, a no desesperar; a dejar que el fuego haga su
trabajo en mí, para que yo pueda encender fuegos en otros, como decía San Alberto
Hurtado en su libro el cual recomiendo mucho.
Y así llegó agosto,
con sus recuerdos y sus encuentros con la realidad. Estoy animado ¿sabes? Siempre
sentí que algo bueno venía y quizás sea esto o quizás eso ya esté cerca. Sea
como sea voy tranquilo en mi anhelo de morir por amor y amando.
Él ha venido
a arrojar fuego sobre la tierra y ¡cómo me gustaría ya estar ardiendo!
(adaptación de Lc 12,49).
Comentarios
Publicar un comentario