Hablando de/por/para Dios

Hablar de Dios cuesta, ya que, si hablas de él, tiendes a aburrir, ya que no es un tema debatible en la actualidad, cuando hay temas más morbosos de los cuales discutir. Pelear por Dios cuesta, ya que, la gente toma esta pelea como arcaica o sin sentido, es una analogía a una cruzada con armadura y caballo en pleno siglo XXI, te toman por aburrido o simplemente te tornas invisible e ignorado por todos. O casi todos.

Hablar de Dios es como una espada desenvainada, afilada para atacar a dragones e injustos, hablar de Dios es una chispa que puede alumbrar por milésimas de segundo en la oscuridad, o al lado de un barril de pólvora causando explosiones muy grandes o al costado de gran fogata que no es tan grande como la explosión pero es constante y puede crecer.
Para hablar de Dios se debe de tener mucha base. Dios no es cualquier cosa o un tema para tratar con animales o solo contra el espejo, si hablas de Dios es para ser escuchado, pero lo que se diga tiene que ser correcto, sin falla alguna. Hay que saber que nos referimos al Padre de todo lo creado, es un tema tan digerible para un niño como para un filósofo experto, de acuerdo al grado que se le dé a la conversación.

Para poder hablar de Él, tienes que conocerlo y no dar testimonio por creer que lo conoces, si quieres pelear por Él, tienes que saber por quien estas ganando, o por quien vas a morir. Si no lo saben los demás, pues al menos que quede constancia de que quisiste abrirles la puerta hacia una felicidad plena y son ellos los que la rechazan. Se tiene que saber a quién te estás dirigiendo, a un niño no se le va a explicar el porqué de un Dogma Mariano y a un sabio no se le va a exponer que la creación del mundo del Génesis con dibujos para colorear. Se tiene que saber pelear y saber llegar al público.


Como diría un santo chileno, el Padre Hurtado, se tiene que ser “fuego que encienda otros fuegos”. 
Un fuego que perdure, ser estrategas para saber que el mensaje llega, mansos de corazón pero hábiles y vivaces para ofrecerlo al mundo. Saber a quién se lo dices y con qué fin. El mensaje se les tiene que decir a todos, pero el mensaje solo llega a los que Dios elige. No desanimemos el alma, nunca estamos solos, que nuestra felicidad refleje que somos Hijos de Dios. Y que nuestro corazón arda al hablar de Él. 


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