Un último 17


Ya estoy mejor, no por esto dejaré de escribir, y menos ahora que ya le agarré de nuevo el ritmo, sin embargo, no obviaré el agradecimiento que le debo a Dios por ponerme esto en frente para soltar mis penas y reencontrarme conmigo mismo. Se lo debo todo Él, soy de Él y Él es mío.

Nos quedamos en que había conversado con una amiga mía, Erika (al parecer así es como se escribe) y ella me dio luces sobre como pensar más objetivamente sobre Christian; y ahora vengo a explicarlo mejor si Dios me deja.

Durante los últimos meses en los que había estado con Chris viví de una forma que no era nada de lo que yo había esperado vivir con un chico. En realidad, toda la relación con Chris fue algo que nunca esperé vivir con alguien, no después de haberme declarado en estado célibe hasta el fin de los tiempos (por lo menos hasta el fin de los míos). Fue algo tan maravilloso y terrible a la vez que, creo, es digno de mencionar.

Cuando empezamos a salir, obvio yo tenía mariposas en la panza y todo lo bonito que se siente los primeros días de conocernos. Esos primeros días donde todo es perfecto en todo sentido tenía dos caras para mí: una con mariposas y la otra con gastritis intensa que no me dejaba comer. Estaba bajo mucho estrés con la culpa de dejar la iglesia y mis aspiraciones de santidad. Pero por otro lado quería vivir el amor que pensé que ya no llegaría.

Bajé de peso, estaba irritable, encima mis padres aún no sabían nada de mi orientación y sentía que vivía un amor con alguien maduro y yo encerrado en mi closet de amor juvenil que no enfrentaba miedos por comodidad.

Los días de conocernos duraron medio mes. A las 2 semanas, un 17 de noviembre del 2018,
ya estaba con Chris y mi castidad se fue por el WC, así como mi presencia en la parroquia, como los jóvenes que guiaba y me dediqué a vivir. Luego de decirle a mis padres todo mejoró para mi salud, ya no tenía gastritis y comencé a engordar. Tanto que subí casi 10 kilos en menos de un año. Me veía gordo y no lo toleraba.

Problemas los había, no era perfecto, pero me sentía amado por Chris. Era la primera vez que me celaban (y ya un poco en exceso), primera vez que compartía cama con un chico y nos despertábamos a hacer nada, nos divertíamos como locos en los matrimonios (comíamos como puercos), salíamos a pasear, a conocer sitios, fuimos de viaje una vez a Cajamarca, varias cosas lindas que aprendí con él y él me apoyaba en todo lo que emprendía.

Yo estaba para darle paz en los momentos de crisis, en los que quería tirar la toalla, esos momentos difíciles de estrés por la falta de trabajo y la excesiva carga laboral. Lo amé mucho, tanto para dejar mis creencias de lado. A pesar de que a veces le pedía no tener relaciones ya que era un tiempo fuerte para la iglesia, como Navidad o Cuaresma, pero al notar la molestia en él ya no insistía y hacíamos las cosas a su modo.

Es el común denominador en mí, no exigir nada y darlo todo. Cosa que llega a aburrir y por eso ya en los últimos meses sentía que la relación estaba estirándose y me empecé a cuestionar si todo valía la pena. Yo sabía que no pero no quería responderlo. Y no quiero sonar cruel al decir que no valía la pena, en realidad no me arrepiento de nada y todo lo que pasé con Christian fue de gran ayuda, me hizo conocerme más a mí y a vivir experiencias nuevas.

Sin embargo, ya no valía la pena debido a la infelicidad que sentía y lo que le iba a poder causar a Chris al sentir mi desencanto de la relación. Es así que, por mi bienestar y el de él decido terminar con él, no obstante, yo en esos momentos pensaba que la única razón del rompimiento eran mis ganas de ser catequista, algo que me habían propuesto y que yo no quería rechazar pero que por las circunstancias de vivir con una pareja homosexual no podía aceptar y moría por ser catequista y enseñar a los jóvenes a llegar a Dios.

Terminé con Chris con esa idea y recién a finales de mayo caigo en la cuenta de mi soledad. De como mi camino se extendía como un camino amarillo de ladrillos eterno en un mundo de Oz muy distinto al de Baum y sin divisar la ciudad Esmeralda en un corto plazo. Caigo en depresiones pensando que perdí la única oportunidad de ser feliz en este mundo con esa relación que empiezo a idealizar asumiendo que fue mi responsabilidad la separación y que Christian ya tenía a otro chico mientras que yo sufría por él.

Hasta ayer, que pongo todo en perspectiva y recuerdo al Omar de enero, febrero y marzo; ese Omar que sufría y lloraba porque no tenía donde esconderse de su realidad y que quería escaparse de sí mismo. Aprovecho para pedirme disculpas y prometerme que haré el intento de no hacernos pasar por algo similar.

Y es que sigo queriendo aprender a vivir sin pensar en los demás. Siendo un poco más egoístas y haciéndome caso a mí mismo. Obviamente meditando la situación y no actuando a lo loco. Estos 30 años llegaron para que pueda empezar de nuevo, solo, asumiendo responsabilidades y aprendiendo a vivir conmigo. Gracias realidad, gracias, Dios.

...


Como conclusión a este cuento corto y real, quiero quiero aclarar que no le echo la culpa a Christian de mi sentir en mis momentos de no saber que hacer que detallo lineas arriba. Era mi inconformidad con la situación al no saber como lidiar con eso. 
Además agrego que me encantaría escribir cada recuerdo que tengo de la relación con Chris desde el primer momento. No sé qué tan bueno sea para mí en estos momentos, ojalá pueda hacerlo, no obstante, creo que mi memoria es un poco frágil y no se cuanto tiempo me duren los recuerdos en la mente. Espero que cuando empiece a hacerlo no sea muy tarde.
Las fotos del mar que he puesto son fotos que tomé con él a mi lado, el mar y la luna fueron nuestros compañeros durante los casi 16 meses de relación y que siempre estarán ahí para recordar porque siempre es bueno y más cuando el recuerdo es grato. Lástima que no le tomé foto a los buffets que comíamos jajaja... 



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